En libertad vigilada: Phoenix Trujillo

Conducir hasta el pueblo para visitar la oficina de Correos es una
mierda. No es que tuvieras nada mejor que hacer, aunque preferirías
seguir tumbado en la hamaca, disfrutando de un whisky
casero y jugueteando con tu nueva pulsera: el maldito localizador
que te colocaron cuando pagaste la fianza para salir en
libertad vigilada. La verdad es que lo único que has conseguido
es unos días libres más, que has pagado muy caros. Eres culpable
y te pillaron en plena faena, descargando varias especies
protegidas de una lancha motora a un cobertizo escondido en
la rivera del pantano. La pulsera seguirá en tu muñeca hasta el
día en que entres en prisión. Si la rompes o sales del condado,
te convertirás en un criminal federal, signifique eso lo que signifique.
La miras de nuevo mientras manejas el volante de tu camioneta.
Has fantaseado con escaparte y vivir al margen de la sociedad,
en la espesura, como un fugitivo, pero hoy día todo
requiere que uses tu tarjeta identificadora para cualquier transacción.
Siempre hay una manera de escapar de la ley, pero
si te declaras culpable, podrías estar fuera en menos de cinco
años. La idea de estar encerrado, lejos de los páramos salvajes
donde has pasado tu vida, te toca mucho las narices, pero la
pena te parece más llevadera que las consecuencias de que te
pillen estando en fuga.
Consigues aparcar justo en la puerta de la oficina de Correos y,
después de una cola corta, solicitas la llave del apartado de correos
personal que tuviste que adquirir para recibir las notificaciones
judiciales, una mierda más. Tras una firma y la comprobación
de tu identificación electrónica, te dan la condenada llave, una
llave barata de plástico gris con la que abres la pequeña taquilla.
Seguro que es alguna notificación del juzgado. Están dándose
mucha prisa para meterte entre rejas; diez mil dólares para salir
bajo fianza y seguro que te meten entre rejas en menos de tres
semanas. Luego, cuando algún asqueroso político corrupto se
queda con dinero público, los juicios duran años y normalmente los
indultan sin más.
Ahí está, un elegante y gran sobre marrón que sacas asqueado.
«¿Qué clase de cretinos siguen enviando cartas físicas a estas
alturas de la era digital?», piensas con amargura. Abres el sobre
sin prestar la mínima atención a los logotipos decorativos que lo
adornan y, por primera vez en mucho tiempo, una ligera sonrisa
acude a tu rostro.

¡Enhorabuena!
Usted ha sido seleccionado para participar en el concurso
número uno de la televisión mundial: Marte eXtremo. Al
alcance de su mano tiene una fama y fortuna inimaginables.
Le esperamos en nuestras instalaciones de Orlando,
Florida, en la mañana del viernes, con el fin de darle a conocer
los pormenores del concurso e iniciar su ascenso a
la fama.

¡Cabronazos! Pienso mientras vuelvo al coche haciendo una lista mental de todo lo que debo preparar y tener en cuenta antes de partir a Orlando. Esta va a ser una experiencia cojonuda. Esos cretinos burócratas y jueces de mierda van a tener que ver como me hago famoso en Marte.
¡Este programa es a mi lo que la miel al oso!

Junto con el mensaje, has recibido una tarjeta
de viaje VIP con la que puedes pagar sin excepción cualquier
medio de transporte, alojamiento o comida. Dispones hasta el
final de la semana para despedirse de sus familiares, montar
una fiesta o dejarle el gato al vecino. Tanto si decides acudir
inmediatamente como si prefieres agotar el tiempo, se te espera
en Orlando, Florida, en las instalaciones de La Cadena,
donde dispones de un lujoso alojamiento hasta la noche del
viernes.



NOTA: Pasa a Últimos días en la Tierra.